Calumnia, injuria y difamación


calumniaHace, por lo menos, no menos de tres años que escribí este capítulo de mi primer libro  (San Benito y el Management Moderno) remarcando la existencia de este tipo de actitudes a cargo de personajillos endebles, emocionalmente débiles en consecuencia, y de dudosa actitud moral cuando menos.

Lo recojo de nuevo y lo publico en mi blog, y no es oportunista pero sí oportuno, en la certeza de que a muchos les podrá servir como reflexión y a otros tantos que me conocen les servirá para entender que mi actitud ante circunstancias provocadas por los sujetos descritos es terminante: ni los quiero cerca de mí, ni permito que hagan ‘su trabajo’ perjudicando a quien no se lo merece y menos si son amigos míos. El perdón, sí; la convivencia, no. Ahora, vamos a lo que vamos.

«San Benito nos advierte, expresamente, sobre dos maneras de perjudicar a terceros en las que hace especial hincapié: la calumnia y la difamación. Evidentemente, calumniar, según nuestra perspectiva actual, se asemeja a difamar ya que en ambas reside intrínsecamente el interés de causar mal a un tercero, sea persona física, jurídica o entidad de cualquier otro tipo. El término calumnia queda recogido ya en las Leyes de las XII Tablas[1] si bien algunos le otorgan orígenes etruscos, bastante anteriores o, por lo menos, sí al ascendente etimológico.

La calumnia comparte categoría legislativa en sus orígenes con la injuria y la difamación, siendo consideradas del tipo penal básico y que las tres persiguen lesionar el honor de las personas. Quedaba encuadrada, pues, en las afrentas que se pudieran hacer contra el honor (y dignidad) que antes hemos comentado.

Con todo y no ser lo más extendido en estos días a nivel empresarial, no dejaremos de ver casos en los que alguien es culpado ignominiosamente de un proceder inadecuado, a sabiendas que esto no es así, buscando algún tipo de beneficio propio. Y si, como leeremos en breve, difamar me resulta algo inaceptable por parte de quien lo ejerce de manera habitual y con absoluto conocimiento de lo que hace, y aunque fuere con dudas sobre la veracidad de sus palabras, la calumnia me resulta uno de los crímenes sociales más execrable que se puedan dar en un entorno profesional. No en vano, para que una atribución falsa pueda encontrar un buen campo de cultivo, es necesario que la persona afectada carezca de defensa o justificación y se den, probablemente, circunstancias que permitan que la idea cuaje de manera firme en la mente de quienes disponen de poder decisorio. Abusar y aprovecharse en beneficio propio de la debilidad de alguien –inexistencia de protección– resulta del todo punto despreciable.

Hay que tener en cuenta que quien calumnia puede estar buscando objetivos mucho más perversos que la simple lesión del honor de su víctima o hacerlo sin mayor pretensión que la de causar el mal por el mal, debido a envidias u otros manejos mentales de quien la profiere. No es difícil imaginar en un entorno laboral el interés por conseguir que alguien pierda su puesto en beneficio de quien calumnia o de un tercero, por quien se sienta predilección o sobre el que se tenga algún tipo de ascendente. Hacer correr un rumor a través de los canales adecuados dentro de una organización, permite generar un estado de opinión contrario a una persona suficientemente importante como para acabar convirtiéndose en verosímil, con el adjetivo de ‘presunto’. El saber popular ayuda con su si el río suena, agua lleva y la mayor parte de ejecutivos no quieren correr riesgos innecesarios.

Lo que ya no es tan corriente, pero si puede generar consecuencias, es la derivación de apertura de expedientes y procedimientos contra las personas calumniadas, pudiéndose llegar a que pierdan su condición laboral e, incluso, su puesto de trabajo y aquí, ya no sólo nos encontramos ante un acto de mala fe contra el honor de un/una compañero/a, sino que se está atentando contra la propia compañía que puede decidir la destitución o el despido, injustamente, de una persona que, a partir de ese momento, dejará de aportar valor añadido a la entidad con las consecuencias derivadas.

Y todo ello sin olvidar, y me parece mucho más grave y trágico todavía, que se está abonando un terreno que puede llegar a destruir un entorno familiar –el del calumniado– por perder su fuente de ingresos, incluso llegando a crear la duda entre sus más directos en cuanto a su integridad personal y/o profesional o, peor todavía, afectando al propio individuo que no disponga de la suficiente fuerza y entereza moral para soportar una situación injustificable que le ha condenado al fracaso profesional y quién sabe si personal. El equilibrio psicológico y mental de las personas dista de ser homogéneo y se ve sometido a muchas circunstancias que cada cual resuelve de maneras bien diferentes y, desde caer en una depresión, hasta caerse desde la azotea de su casa, hay un amplio abanico de posibilidades en las que ambas entran y alguien acaba cayéndose. Las consecuencias de la maldad pura y simple o de la maldad por interés son difícilmente previsibles y no se tiene en cuenta que, detrás de cada hecho que tiene repercusión en un ser humano, caben unas reacciones imprevistas que no se tuvieron en consideración más allá del interés personal que nos movió a actuar de una determinada manera.

Lo que sí puedo afirmar rotundamente por haber vivido una situación similar en primera persona es que, cuando esto sucede, nadie concede al afectado el beneficio de la duda. Probablemente, no se adopten medidas en su contra porque no existen pruebas flagrantes que sustenten la acusación y se trate de mantener el statu quo de manera que no se vea afectado el día a día de la compañía, pero la malvada idea maquinada por un envidioso, un mezquino o un despechado, prosigue en su avance de manera implacable cual si fuera un virus que, más tarde o más temprano, se cobrará su pieza. Es decir, desgraciadamente, salvo integridad absoluta por parte de quien le corresponde tenerla y adoptar decisiones, el éxito siempre acompañará al calumniador porque no se actúa con la presunción de inocencia y porque los latinos somos muy dados a aceptar todo tipo de comentarios perversos, dándoles pábulo sin prueba alguna que los sustente. Otra cosa fuera el rechazo sistemático hacia cualquier comentario, denuncia o insinuación que no se pudiera demostrar y sostener de una manera efectiva y, aún y así, se deberían meditar mucho los motivos que llevaron a la persona denunciada a actuar de una determinada manera.

Aquellos que ven sometido su honor y su dignidad a debate, sin causa alguna que lo sustente, y sólo por la actuación de terceros desconsiderados que responden a intereses espurios y controvertidos, saben lo que se llega a sufrir en el proceso, pero ignoran lo más importante, y es que, aunque la razón les asista, el resultado será el mismo. Por eso es tan importante que decapitemos cualquier intento y cualquier intencionalidad dentro de la organización en la que ejercemos responsabilidades de todos aquellos comentarios, chismes y denuncias que no hayamos visto, escuchado o seamos capaces de comprobar por nosotros mismos. De nuestra determinación hoy dependerá, en muchas ocasiones, la efectividad y los resultados de mañana. Acostumbrémonos a no prestar nuestros oídos y nuestro tiempo a maquinaciones extrañas, seamos sensatos e invitemos a quienes tengan algo que decir, que sean capaces de hacerlo en público con demostraciones manifiestas o que se mantengan en el más profundo de los silencios con sus conjeturas evitando, de esta forma, cualquier malentendido o calumnia.

Y, con aquellos en los que percibamos un manifiesto interés por perjudicar a través de la calumnia a terceros, seamos inflexibles con la respuesta que no puede ser otra que mostrarles la puerta de salida. No necesitamos de ellos en nuestra organización, son como las sanguijuelas que nos absorben energías muy necesarias para centrarnos en la consecución de los objetivos principales de la compañía.»

Lo dicho, tolerancia cero con calumniadores, injuriadores y difamadores en cualquier ámbito de la vida, ya sea profesional, social, familiar o vecinal. Son uno de los peores cánceres que atormentan a nuestra sociedad, a nuestras sociedades y agrupaciones que, además, tienen la rara habilidad de camuflarse con una y mil prendas distintas y justificativamente creíbles. Para muestra un botón, la última ocurrencia para justificar lo injustificable ha sido aducir la dislexia del difamador. Y yo creía que lo había visto y escuchado todo…

Confío en que, en los próximos cinco años o más, sea capaz de explicarles, a los que tienen a bien leer y seguir mis artículos, la relación entre dicha disfunción -la dislexia- y la afición por injuriar, difamar o calumniar del personaje en cuestión y es que, en los tiempos que corren, vemos de todo y cada día más y más raro, aunque el pan siga siendo pan y el vino… pues, preferiblemente tinto y de barrica.

[1] Texto legal para normalizar las relaciones de convivencia entre los romanos muy discutidas por los patricios y los pontífices romanos, toda vez que suponía la desacralización del derecho, tal y como se entendía hasta entonces, y ponía los cimientos de lo que luego hemos conocido como el Derecho Romano, antecesor de nuestras actuales bases jurídicas. Estas leyes permitieron que los plebeyos accedieran al conocimiento de las mismas y se reconocieran las relaciones entre unos y otros, permitiendo la creación de unas estructuras sociales hasta entonces de facto (Roma 450 a.C.).

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