EL ÉXITO ES UN PÉSIMO MAESTRO
Y no lo decimos nosotros, son palabras de alguien que sabe, y mucho, de éxitos indiscutibles: Bill Gates
Historias de Éxito se han escrito muchísimas y muchas de ellas las han plasmado personas que sabían mucho de su trabajo, de su negocio pero que, tal vez, nunca habían pasado por el aula de ninguna Escuela de Negocios y, menos aún, por las de cualquier Universidad. No sabían de Economía empresarial ni, menos aún, de Micro o Macro Economía. No tenían ni idea de la gestión de personas ni, menos aún, de psicología y de relaciones humanas. No sabían que tenían capacidad de convertirse en vendedores ni, menos aún (otra vez), de que es y en que consiste un CRM. Y así sucesivamente, pero su ‘modelo’ de negocio, por llamarlo de alguna manera, se acabó convirtiendo en un Caso de Éxito. Claro que, llegados a este punto, nos habríamos de plantear cuál es la definición de un Caso de Éxito.
Yo creo que la frase que da contexto a este post, de Bill Gates:
El Éxito es un pésimo maestro. Seduce a la persona inteligente y la lleva a pensar que no puede fallar.
no es completamente ‘feliz’ en su desarrollo. Cuando el gran maestro Bill Gates encierra su aforismo en la persona de alguien ‘inteligente’, creo, sólo creo, se equivoca. Una persona inteligente, o como yo entiendo que debería de ser y comportarse una persona inteligente, nunca, nunca, nunca se llegaría a pensar que no puede fallar. Y eso me lleva a una distinción entre emprendedores (luego convertidos a empresarios de éxito) listos y otros que serían los verdaderamente inteligentes.
Yo he conocido dentro del mundo de la consultoría muchos más empresarios listos (también podrían definirse como hábiles) que inteligentes. Han sido los que, cuando su empresa ha navegado por aguas turbulentas, me han contratado para hacer lo que ellos querían que hiciera para cambiar el rumbo siguiendo el mismo rumbo que ellos habían marcado y que les llevaba justo hacia a los arrecifes sin faro. Difícilmente, un emprendedor|empresario inteligente, primero, contratará consultores cuando las cosas van mal y, segundo, les dirá lo que quiere que se haga; sería un sinsentido. Estoy seguro que muchos consultores que me estén leyendo habrán sufrido esta circunstancia, sobre todo en las PyMES; en multinacionales es más difícil.
Tuve la fortuna de entenderlo desde mi más tierna infancia. Mi abuelo, agricultor del campo aragonés, metido a repartidor de telegramas como funcionario de Correos y Telégrafos después, fue trasladado a Andorra La Vella a trabajar en el centro que allí tenía el Estado español. Repartía telegramas cada día y los llevaba a los muchos hoteles que habían descubierto en los años 60 el negocio incipiente del turismo de comercio de todo el año y de invierno en plena temporada de nieves.
Él que procedía de una zona de vinos de calidad media, en aquella época, más baja que media, comenzó a llevar vinos de Cariñena al Principat d’Andorra y a venderlos en esos hoteles que visitaba cada día. La cosa le fue bien y apareció en el mercado una nueva y emergente marca de embutidos, Revilla, y obtuvo su representación en un lugar a donde no llegaban los vendedores de la referida marca; otro éxito para su cartera comercial. Como buen conocedor de sus años mozo, de la geografía hispana y de su oferta alimentaria, siguió con jamones, azafrán murciano, frutos secos, los famosos melocotones de Calanda y un largo etcétera que iba distribuyendo entre los que, sin saberlo, ya eran clientes suyos por cuanto, con su gestión funcionarial, entraba allí donde se cuecen las compras. Alcanzó a disponer de un importante almacén mayorista que atendía a toda la hostelería andorrana. Los visitantes españoles de este pequeño país pirenaico, degustaban, sin saberlo, todo tipo de productos finales o que servían para elaborar sus menús importados por ese humilde agricultor maño que los introducía en el mercado al mismo ritmo que les entregaba sus telegramas. Hizo fortuna.
¿Podríamos considerar a mi abuelo un empresario de éxito? Si se lo pregunto a su biznieto (mi hijo mayor), ejecutivo de éxito en multinacionales, master de IESE y muchas cosas más que obviare para no caer en el orgullo propio de padre, les dirá que sí, a fin de cuentas ¡ganó mucho dinero y convirtió su negocio en un referente! ¿o no trata de eso el Éxito?; pero yo, que conozco el origen, la trama y el desenlace, les diré que no, para nada. Mi abuelo fue un empresario listo, de oportunidad; vio el negocio, lo emprendió y ganó… sí, dinero, ganó dinero pero eso no lo convirtió en un empresario de Éxito. El dinero no es el exponente del éxito de nadie y Bill Gates lo sabe mejor que nadie también, como lo saben Amancio Ortega, las Koplowitz, Juan Abelló, Florentino Pérez, etc.
El dinero no es el exponente del éxito de nadie y Bill Gates lo sabe mejor que nadie también, como lo saben Amancio Ortega, las Koplowitz, Florentino Pérez, etc.
El que le acabó salvando fue su hijo (mi padre), directivo de grandes empresas de la época y muy valorado en el mercado de la época (le seguían desde la familia Carulla de Gallina Blanca hasta los fundadores de Roca y Ribes de Andorra). Su hijo fue el inteligente, el que entendió aquel desestructurado y caótico modelo de negocio que había construido mi abuelo y que le podría haber llevado a la ruina absoluta. Él fue quien lo evitó y tomó las decisiones que debía tomar. Por eso es tan importante que en las sociedades anónimas familiares (SAF), como las llamaba mi padre, dispongan de herederos formados y capacitados para llevar a cabo un relevo generacional adecuado a la realidad, a los tiempos, a las circunstancias. Esos herederos capaces de poner contrapunto a lo que, en su día, resultó ser una idea, un emprendimiento feliz pero no necesariamente de Éxito.
Muchos de aquellos han ido cayendo como castillos de naipes en estos años desde la crisis del 2007. He escuchado que alegaban que la crisis de la construcción (o del tocho en el argot del sector) se les había llevado por delante. También culparon muchos negocios arruinados a la Guerra de Irak en el 92, como ahora lo han hecho a la Pandemia, la única causa que nos resulta más justificable de todas las que han habido en los últimos cincuenta años. Al final, tal vez menos con esta última, todas las crisis se acaban cobrando Negocios de Éxito que lo fueron en su día por no ser capaces de entender algo tan fácil como que nadie, ningún empresario|emprendedor dispone de una varita mágica que convierta en oro todos los negocios que toque. Y todos, absolutamente todos, pueden fallar y, de hecho fallan. Esa es la dura realidad del mundo empresarial.
Todos, absolutamente todos, pueden fallar y, de hecho fallan. Esa es la dura realidad del mundo empresarial.
Por eso mi padre, el inteligente de la familia (eufemismo literario que me voy a permitir), nunca quiso dar el salto para convertirse en emprendedor|empresario y prefirió ser el directivo-ejecutivo que les hablaba claro a los socios y propietarios, por un lado, y formaba a sus hijos, por el otro. Hijos que agradecieron sus consejos y que siguen dirigiendo importantes compañías y negocios familiares. De mi padre y de mi abuelo aprendí que el Éxito no enseña gran cosa (yo también lo he vivido en mis propias carnes), que aprendes más de los errores y de los fracasos aunque luego se vuelvan a repetir y, desde luego, aprendí que cualquiera puede fallar y de hecho falla y fallará tantas veces como sea posible hacerlo. La gracia está, como en la Bolsa, en saberte retirar cuando estás arriba de todo pero no del todo. Vender cuando ganas lo suficiente para irte a casa sin querer quedarte para ganar todo, eso nunca sucede ni sucederá.