Revoluciones Industriales


Llevamos 4 revoluciones industriales desde que empezamos a revolucionar la industria, valga la redundancia, a finales de la centuria del 1700. Todo empieza con la mecanización y el responsable directo es el invento del vapor de quien no conocemos, a horas de ahora, con exactitud el nombre. Sólo se sabe que la primera patente relativa al vapor de agua está registrado en 1698 por Thomas Savery (1650-1715) y la función de ese invento era bombear el agua que se acumulaba en el interior de una mina, lo que la llevó a conocerse como la amiga del minero.

Finalmente y tras muchas mejoras y cambios, en 1769, James Watt patentó la máquina de vapor tal y como la entendemos hoy en día. Los cambios, mejoras y avances que incluyó la convirtieron en una máquina más eficiente y económica, nada desdeñable. De hecho se considera que desde el Neolítico no se había producido un avance de tal magnitud.

A partir de ese momento dejábamos atrás la agricultura y el comercio como únicos argumentos económicos de la sociedad y pasamos a desarrollar una economía industrial, ubicada en entornos urbanos y que podía ayudar a mejorar la evolución de diferentes industrias a través de la mejoras en su capacidad de producción.

Se considera que su permanencia en el tiempo se extendió hasta el 1870, pero los períodos no dejan de ser relativos y responden a una necesidad de estructurar los conocimientos para centrarnos mejor en aquello que estamos tratando. De hecho, fíjense que vamos a hablar de revoluciones y, aunque estas comiencen el mismo día en el que alguien se levanta contra lo que sea, ni empezó ese día, sino mucho antes, ni tampoco coge el empuje suficiente hasta que realmente cuaja. Ahora sí, cuando una revolución ha comenzado, sus primeros, días, semanas, meses y años, son de auténtica locura porque lo cambian casi todo y arrasan con todo lo que se le resiste. En cambio, hacia el final del período, todo se relaja, por lo que tampoco podemos centrarnos en una fecha de finalización, es todo un proceso.

La segunda revolución industrial nos llega de la mano de la electricidad y es la que nos inicia en un proceso continuo de estudio y desarrollo de producción en masa, dando origen a las cadenas de montaje y al perfeccionamiento de la efectividad productiva.

Se considera que esta revolución duró hasta 1914 (aunque luego se extendiera su influencia hasta finales de los 60) y que, durante este tiempo desde 1850, se produjeron cambios tan profundos en la humanidad que todo cambió para no ser nunca más nada igual a lo conocido. De hecho, las nuevas fuentes de energía: la electricidad, el gas… y todos los cambios que se producían a raíz de estos; los nuevos minerales y materiales descubiertos como el acero, el níquel, el cinc, el aluminio o el cobre; los diferentes avances en materia de transportes que permitieron el paso a la primera era de la globalización y gestionar muchos cambios migratorios; los cambios que vivieron las economías a caballo de todo esto y que llevaron a los estados a cambiar su percepción a nivel mundial en términos de influencia sobre otros menos avanzados, forjando un imperialismo indecente que llevó a desproveer de riqueza a muchas naciones -todavía hoy sigue sucediendo-; el desarrollo del capitalismo más agresivo y menos democrático y solidario, que sólo perseguía la riqueza de unos pocos al precio que fuera; el hecho de que a finales del siglo XIX se diera la mayor concentración de inventos que cambiarían la visión del mundo, y un largo etcétera, coinvirtió esta revolución en la más larga y sanguinaria que haya alcanzado a conocer la civilización humana, sobre todo en el período que nos lleva desde la primera gran guerra hasta finales de los sesenta.

La tercera revolución, mucho más reciente y pacífica, al menos aparentemente, nace en el 69 si bien muchos ubican sus inicios a mediados de los 40 y se conoce bajo el nombre de Sociedad de la Información y/o como Revolución de la Inteligencia, algo que curiosamente no fue esbozado por Jeremy Rifkin (y lo avaló el Parlamento Europeo) hasta el año 2007 (¿?)

Sus características nos llevan tanto a mejorar los procesos a través de su automatización y a masificar la comunicación y los datos que soportan la información. Dense cuenta que, curiosamente, esta revolución sólo va a durar 35 años comparados con los cien de la anterior. Cada vez los tiempos se van a acortar más, en la misma medida que vamos a contar con más científicos, sabios e inventores por cada millón de habitantes que haya en la Tierra desde la creación de esta. Y esto puede ser bueno o malo, ya el tiempo se ocupará de hacérnoslo saber.

Finalmente, la llegada de la cuarta revolución nos ha pillado de sorpresa, casi sin saberlo o, mejor dicho, sin tener ni idea, pero llegó y ahora resulta que lleva entre nosotros desde 2004 cuando algunos abogábamos por la revolución del conocimiento. Y tiene mucho que ver con la digitalización, los sistemas ciberfísicos, la robótica, los intentos por conquistar el espacio exterior. Y visto lo visto, no creemos que llegue a durar los 35 años de la anterior, lo que no alcanzamos a entrever cuál será la quinta revolución pero se siente que está a punto de emerger, en cualquier momento.

Cambios

Cada revolución conlleva cambios… y muchos. No sólo los más obvios, los más remarcables que acostumbran a ser los que dan nombre a las mismas, sino otros tipos de cambios que nos cogen desubicados y convierten a unos en más ricos y al resto en más pobres. Todavía, en mis años, no he sabido ver una sola revolución que haya alcanzado a mejorar la situación de las clases menos privilegiadas, independientemente de las mejoras que hayan alcanzado lo bienestantes o los más afortunados instalados en el lujo más insultante.

Yo ya llevo tres de estas revoluciones vividas pese a contar sólo con 66 años, hubiera sido todo un portento si, además, hubiera vivido durante la primera de todas. De hecho alcancé por muy poco a conocer la segunda revolución, casi en sus estertores, pero me tocó estudiar su funcionamiento y en España, donde todo tarda en llegar más de la cuenta, se mantuvo aún muchos años más de los que indica el gráfico de la imagen. A principios del 2000 todavía explicaba la asignatura Planificación y Control de la Producción, dentro del curso de Dirección de Gestión de Operaciones impartido por IQSFundEmi de la Universidad Ramón Llull con teorías casi añejas.

A pesar de ello, en el año 71, recién ingresado en La Caixa, aquellos locos avanzados (entonces La Caixa era otra cosa que poco o nada tenía que ver con la que actualmente conocemos), ya habían puesto en mis manos, con 16 años recién cumplidos, una terminal 2970 de IBM. Mi primer contacto real con la tercera revolución industrial, la de la Informática. Toda mi experiencia profesional dentro de la Entidad se desarrolló en un marco rodeado de ordenadores y bajo el manto de la Informática. Me viene a la memoria, en aquella época, que en la sala de Computación, donde se ubicaban las terminales que almacenaban en sus discos toda la información que gestionamos de nuestros clientes, existía una que era más pequeña que todas las demás y estaba en un lugar privilegiado. Me dirigí a uno de los empleados de IBM que cuidaban de todo aquello y le pregunté porqué había un crucifijo sobre esa máquina. La respuesta fue inmediata: Si esto se estropea, o lo arregla Él o no hay remedio, tal era nuestro incipiente nivel informático y rápidos los avances que, por aquel entonces, nos posicionaba por delante de los recursos que pudiera exhibir el hoy todo poderoso Ministerio de Hacienda del Gobierno Español de la Dictadura.

Posteriormente, a partir del año 82, ya me introduje en negocios privados, al margen de mi ocupación principal en la entidad de financiera, y comencé a introducirme en el mundo informático, ordenadores personales (ATARI) y videojuegos, un mundo al que siempre la informática profesional ha mirado por encima de los hombros. Yo no sé que tanto aportó el mundo lúdico a los avances actuales pero, cuando echamos una mirada atrás y vemos los avances en muchos campos, sigo pensando que el actual desarrollo de la informática le debe mucho, muchísimo a los videojuegos y a aquellos imberbes programadores, algunos de ellos sin haber llegado a los quince años de edad.

Y ya, sin darme apenas cuenta, ya estaba cabalgando a lomos de la cuarta revolución industrial. Habíamos entrado de lleno en la era de la digitalización, los sistemas ciberfísicos, y cuando hablan de la robótica, ahí difiero completamente porque ya se había avanzado muchísimo en las década precedentes.

Quo Vadis

Los cambios de paradigma a los que nos conducen las diferentes revoluciones no tienen parangón y, al llevar tan poco tiempo de distancia entre la tercera y la cuarta, todo se acaba confundiendo. Por si fuera poco, comenzamos la era 2000 con una de las mayores catástrofes económicas mundiales, no la peor, pero casi; añadirle que estábamos metidos de lleno en la segunda y casi definitiva globalización; y, para colmo, se desata una pandemia. Si nos ponemos a comparar, a ver si algunos dejan de llorar, el siglo pasado, sufrieron el estallido de la primera guerra mundial en 1914; la pandemia de la gripe española que seguramente ni fue gripe y, desde luego, no fue española en 1918; el crack económico de 1929 y, a continuación, la segunda guerra mundial en 1939, más todo lo que hubo por en medio a niveles más localizados Argelia, España, Marruecos, Israel, colonias africanas…). Así que a nadie se le ocurra preguntar aquello de ¿Qué más nos puede pasar? porque poder pueden pasarnos muchas más cosas todavía.

Lo cierto es que cada cambio tan trascendental aporta novedades y oportunidades. Ahora, a nosotros nos toca lidiar con las consecuencias más directas de la pandemia. Si durante la gripe española fallecieron casi 50 millones de habitantes del planeta, ahora han resultado bastantes menos pero hemos tomado mucha más consciencia sobre la prevención que entonces, época en la que además no les hubiera servido de mucho seguramente.

Y como estamos justo al principio de una revolución, todavía incipiente, nos pilla a todos con el paso cambiado, pero nuestra gran suerte es que ya tenemos experiencias vividas suficientes como para saber que:

En una revolución el libro de normas se tira o se quema

Y eso es lo que vamos a hacer precisamente… quemarlo y romper paradigmas encorsetantes.

Para empezar vamos a protegernos contra la pandemia en tanto nuestros científicos encuentran una solución definitiva, antes de que nos maten a pinchazos en los centros de vacunación. Y una de las mejores medidas es mantener las distancias con la sociedad, pero sin dejar de ser competitivos ni dejar de ingresar nuestros salarios para no tener que exprimir los recursos estatales a base de subvenciones. Para ello, el trabajo a distancia es una solución muy a nuestro alcance.

Trabajo a Distancia

Aunque lo pueda parecer, el Trabajo a Distancia no es un invento de ahora, no y para nada. De hecho hemos de pensar en dos expresiones diferentes: el Trabajo a Distancia y el Teletrabajo. para entender mejor los conceptos. Luego ya añadiremos la tercera en discordia.

El trabajo a distancia, hasta donde se sabe, queda constatado en el año 1665, cuando la Universidad de Cambridge se vio en la tesitura de tener que cerrar sus puertas a causa de la peste bubónica y envió a su casa a Isaac Newton quien, desde ese nuevo enclave doméstico, desarrolló su teoría sobre la gravedad entre otras muchas cosas más.

Posteriormente el trabajo en casa, o trabajo desde la distancia, se ha ido reiterando continuamente, en ocasiones por necesidad de las organizaciones, en otras por necesidades puramente sociales. En las casas de Ollería (Valencia) con el vidrio, de Elda (Alicante) con la zapatería, en Molins de Rei (Barcelona) con las prendas de lana, en Sabadell (Barcelona) con los tejidos y los pequeños talleres independientes en lo que se denominaban ‘quadras‘, y así en todas las geografías de todos los países, se mantenían puestos de trabajo, por lo general sin declarar y de forma autónoma, que permitían elevar los ingresos de unas economías maltrechas por los conflictos armados y las diversas circunstancias económicas, a la par que mejorar la producción sin incrementar en demasía los costos de los fabricantes, cuando no establecer pequeños negocios que hoy, en algún caso, todavía subsisten.

Esto data de los años 1950 y 60 en España, cuando el país comenzó a recuperarse de su conflicto civil del 36. Pero lo cierto es que no hubo ninguna legislación que lo contemplara hasta el Estatuto de los Trabajadores de 1980, cuando se consideró como «aquel que se desarrollaba sin vigilancia del empresario«.

En Estados Unidos, en los años 70, y a consecuencia del estallido de la crisis del petróleo, el ingeniero y físico Jack Nilles ya tuvo la idea de «llevar el trabajo al trabajador«, a fin de ahorrar energía en el transporte y pasó a convertirse en el padre del Teletrabajo. Hasta el 2012, que ya se reguló por primera vez en España el trabajo a distancia a efectos de dar acogida a los puestos promovidos por el teletrabajo: «prestación de la actividad laboral que se realice de manera preponderante en el domicilio del trabajador o en el lugar libremente elegido por este…«, nuestro país había vivido ignorando esta realidad casi 40 años.

Finalmente, ahora, nos llegó una legislación, como consecuencia de la pandemia que aclara un poco mejor las cosas:

Teniendo en cuenta, eso sí, que el Teletrabajo es una sub categoría del Trabajo a Distancia.

Próxima entrega: El Trabajo Distribuido