Un poco largo el escrito de hoy pero es el último del año y no quería dejar pasar una reflexión que, de paso, trata de explicar porqué en España no vamos a levantar la cabeza en muchos años, diga lo que diga el Presidente del Gobierno de turno, diga lo que diga el heredero de la corona, o el/la ministro/a salpicados por la corrupción, también de turno. El tono, tal vez resulte un poco moralista, pero no trato de serlo, en absoluto. Sólo relaté -y publiqué- en 2011 una realidad que ahora se ha convertido en una soga al cuello de la economía de nuestro país.
Muchos me acusan de defender más a los empresarios que a los trabajadores, rotundamente falso. Empresarios y productores forman parte de una misma moneda, cada uno ocupa su cara y entre los dos disponen de un valor en la medida que vayan unidos. Los dos han dañado economías, ambos han puesto en la picota a países enteros y no me vale eso de que quien más poder tiene, tiene más responsabilidad. Ambos, por igual, disponen de poder y así lo han demostrado a lo largo de la historia del pasado siglo. Por otra parte digo lo que digo a sabiendas de que voy a molestar a muchos lo cual, lejos de preocuparme, me parece un objetivo alcanzado ya que de eso se trata, de que aquellos que no están de acuerdo conmigo se molesten y me hagan darme cuenta de mi error, si estuviera a caballo de él. Siempre y cuando lo puedan argumentar, claro.
Así que tratemos de entender lo que se explica -se podrá estar de acuerdo o no- y reflexionemos sobre lo que de cierto -o de erróneo- encontremos en esas líneas. Y, sobre todo, pensemos en que podemos hacer cada uno de nosotros, desde nuestro rincón, por mejorar esa situación social. Nada más.
Luego… ya vemos si criticamos o no y cuánto.
Cuando percibimos el camino demasiado angosto
Veremos que ser emprendedores, gestores o ejecutivos es algo que está al alcance de muchas personas conocidas y, de hecho, muchos aspiran a serlo algún día como plasmación de sus objetivos profesionales. La experiencia acumulada, los conocimientos adquiridos y otras circunstancias de diversa índole, facilitan ese acceso que da la opción a liderar equipos, grupos y proyectos orientados a la consecución de objetivos empresariales y, sobre todo, nos permiten alcanzar mayores grados de bienestar económico y de posicionamiento social. Esta legítima aspiración nos lleva a disponer de mejores viviendas, vehículos más potentes, recursos valiosos como puedan llegar a ser el personal doméstico que nos han de evitar aplicarnos en tareas manuales, participar en actividades e integrarnos en grupos y asociaciones más elitistas cada vez, etc., pero lo que venimos olvidando muy a menudo es que nada de esto nos pertenece en realidad. De hecho lo aprendemos bien rápido cuando se produce una caída de repente, inesperada. Lo vemos reflejado cuando un empresario sufre la quiebra de su empresa. Y es que la felicidad siempre va unida al dolor cuando se olvidan preceptos básicos como encierra el entendimiento de que nada material es infinito ni nos pertenece, más allá de la temporalidad que lo marca casi todo.
A colación de este hecho viene el suicidio de Mark Madoff, hijo mayor de Bernard Madoff[1] conocido por ser uno de los grandes capitalistas, tanto como uno de los mayores estafadores de la corta vida de los Estados Unidos de América, al no saber aceptar la caída del pedestal al que llegaron de manera, ahora públicamente conocida, poco honesta. Son muchos los empresarios y los ejecutivos que, sin haber cometido ninguna tropelía similar a la de Bernard Madoff, se acogen al supuesto derecho de decidir sobre su propia vida, poniéndole fin y causando un dolor inquebrantable a sus más allegados, por no saber digerir un cambio de situación coyuntural que les lleva a perder los supuestos privilegios que les otorgan, de puertas hacia afuera, los recursos económicos y los beneficios sociales que comportan implícitamente su estatus en un momento dado.
La Regla de San Benito (analizada a través de San Benito y el Management Moderno) trata de advertir de todos los peligros que se asocian a los recursos económicos y sociales salvo de aquellos que realmente disponga la persona como tal. Es difícil, muy difícil, aprender que nada nos pertenece salvo lo que hayamos aprendido a hacer y los conocimientos de los que dispongamos y así lo expresa al decirnos…
…el camino (…) es naturalmente angosto.
Pero conseguirlo, progresar en él, nos permitirá correr de manera mucho más veloz. Y utiliza una palabra clave: paciencia como elemento fundamental en la consecución de nuestros objetivos y que también resulta clave para entender la actitud de la civilización oriental. No es fácil para nadie que llega a alcanzar un estatus determinado, dispone de unos ingresos importantes y se beneficia de unos recursos fuera del alcance de la mayoría, ajustarse a una actuación mucho más espartana de lo que por ‘derecho’ le correspondería dentro de una sociedad en la que prima el exterior sobre el interior. Tampoco es sencillo convertirnos en facilitadores de bienes destinados a seres anónimos practicando la caridad por encima de lo estrictamente correcto desde un punto de vista social. Podemos ver a grandes prohombres de nuestra sociedad, como Bill Gates[2], donando una mínima aportación de su fortuna a iniciativas sociales –afortunadamente él lo hace y congratulémonos por ello–, pero casi nunca veremos a ninguno que vaya a donar todo lo que le sobra para vivir, a favor de los más necesitados. No vamos a ser tan necios de creer que en estos momentos alguien lo vaya a hacer tal cual pero sí, por lo menos, tratar de que los lectores entiendan la necesidad del desapego de los bienes mundanos y materiales que hoy están y mañana podríamos haber perdido por causas diversas sin que ello llegue a representar, como ahora mismo está sucediendo, una crisis personal que, por lo general, dispone de una tendencia a acabar muy mal para quienes la sufren. Somos lo que somos y valemos por lo que somos, no por lo que tenemos.
Un buen fotógrafo y amigo, Carles Porta[3], me hacía una interesante reflexión al respecto, mientras comíamos en un popular restaurante de Sabadell. Se preguntaba qué iba a suceder con Bill Gates y muchos que como él disponían de una fortuna que les permitiría vivir diez vidas consecutivas, con todos los lujos inimaginables, cuando descubrieran que sólo podían vivir una, mientras millones de personas morían de inanición en el mundo pudiéndose salvar con un reparto más ajustado de ese excedente de nueve vidas. No supe qué responderle.
San Benito, exige a quienes pretenden entrar en su comunidad que abandonen todas sus propiedades mundanas y/o las pongan a merced del convento para aprovechamiento de todos. Va un poco más allá y, en El hábito y el ajuar del monje (55), dice que:
Y para que el vicio de la propiedad sea extirpado de raíz, que el abad dé a los monjes todo lo que es necesario, o sea: cogulla, túnica, peúcos, sandalias, ceñidor, cuchillo, estilete de escribir, aguja, pañuelo, tablillas enceradas, así se evitará todo pretexto de necesidad.
No cree que haya necesidad de propiedades porque sabe perfectamente que esa es la mayor causa de desazón y desavenencia entre las personas. La extrema dependencia de bienes y símbolos externos a la que nos hemos acostumbrado, nubla la visión del futuro de nuestras vidas. Preferimos sucumbir a la exhibición de factores externos que nos permitan que los demás nos posicionen socialmente antes que preocuparnos de mejorar como personas, personal y profesionalmente, y ocuparnos del desarrollo del intelecto.
Déjenme que les cuente un pequeño ejemplo que se ha convertido en parte integrante de una crisis de la que tardaremos más de veinte años en salir. No trato de centrar toda la crisis que vivimos en España en ese punto, ni tampoco de culpabilizar a los muchos que han sido el sujeto principal del mismo ejemplo, pero si quiero hacer una llamada de atención que nos sirva, en algún momento, para razonar al respecto.
Una de mis principales aficiones, para la que apenas me resta tiempo y la edad, así como la salud, ya no me permiten disfrutar con la misma intensidad, es el fútbol. Me gusta entrenar, me ha gustado toda la vida y en tiempos pretéritos se me daba bastante bien. Tengo la fortuna de que uno de mis hijos sigue con ella y la ha convertido en su profesión superando muchísimo a su padre. Orgullo legítimo. Hace, unos ocho años, allá por el 2003, mi hijo Toni, jugaba en un club de Sabadell, ciudad a la que nos habíamos trasladado desde Barcelona a vivir. Había jugadores que destacaban y otros que no lo hacían tanto, pero el asunto por el que traigo este tema a colación no tiene nada que ver con su vertiente deportiva. Estaban en edad de estudiar, la misma, y no habían finalizado, tan siquiera, el bachillerato. Todos sabemos de la dificultad que encierran los jóvenes adolescentes, con sus fantasías, sus prioridades, sus ansias… Hubo padres que cedieron, creo que con demasiada facilidad, a la voluntad de sus hijos por ponerse a trabajar, dejando sus estudios a cambio de unas remuneraciones que, en aquellos momentos, el sector de la construcción pagaba suficientemente bien como para que no pensaran en las consecuencias de dejar lo más importante: la adquisición de conocimientos.
El resultado de aquello es visto ahora, con la perspectiva que dan los años y acontecimientos, como un error. Pero no es eso lo peor, aquella generación de niños como los que he expuesto, tiene ahora entre veinte y treinta años y están en el paro; su oficio, en el caso de los mejores, ya no es tan necesario ni se recompensa de la misma manera; no tienen hábito, costumbre, ni predisposición para dar marcha atrás y volver a donde lo dejaron, cuando no pueden hacerlo porque ya se han cargado de responsabilidades familiares. Me pregunto yo ¿Qué vamos a hacer con esta generación perdida? Sí, perdida. Vagará, incesantemente, buscando oportunidades de trabajo según se vayan desarrollando los diferentes sectores al albur de la oportunidad, ora en hostelería, ora en el campo, ora en la construcción y, entre medias, cuando no haya trabajo, se mantendrán acogidos a los subsidios de desempleo que imperan en este país, a cambio de no hacer nada o practicar economía sumergida. Y todo porque, en algún momento, nadie les hizo ver, ni les pudo obligar, a finalizar sus estudios superiores.
¿Qué tiene que ver esto con lo que hablábamos? Mucho. San Benito rechaza el dinero y las propiedades a cambio de hacer aquello que nos llena, lo que nos permitirá alcanzar la Felicidad Plena. Estos muchachos, abandonaron el camino angosto y siempre difícil del conocimiento a cambio de una compensación económica que les daba acceso a libertades, propiedades y símbolos exteriores. Nadie fue capaz de exigir una finalización de estudios, una acreditación para levantar una pared. Y tampoco me parece justo descargar la responsabilidad de esa generación perdida sobre los padres exclusivamente. Habremos de pensar en todo ello, mientras España ha dejado de ser competitiva en el concierto económico mundial. ¡Una generación completa! Veinticinco años para recuperarla, más o menos.
[1] Estadounidense, ex corredor de bolsa y asesor de inversiones que llegó a convertirse en el presidente ejecutivo del Nasdaq. Autor de una de las mayores estafas que defraudó a multitud de inversionistas por valor de miles de millones de dólares. Detenido en 2008 a partir de una denuncia formulada por sus hijos al conocer los detalles y magnitud de la estafa en la que se encontraban involucrados, al parecer, sin su consentimiento.
[2] Empresario y filántropo estadounidense, cofundador de la empresa de software Microsoft.
Soy estudiante de Economía en Colombia, me gusta la idea inicial de que las mercancías no son totalmente propias sino más bien de la estructura colectiva de un sistema social y económico. La riqueza como acumulación de trabajo puede ser mayor en la medida que exista un dispositivo como un sistema económico que funcione bien.
Un buen aporte a esta entrada consistiría en aquella consideración que hace la Economía Política acerca de la riqueza y el valor. El valor aparente de todos los bienes y servicios es su valor de uso es lo que tocan nuestros sentidos, pero la cuestión no termina ahí, las mercancías también tienen un valor que se refiere a la naturaleza de las mercancías como portadoras de trabajo humano inmaterial. Los jóvenes tienden a quedarse en el valor de uso de las mercancías olvidando por completo que siempre en un sistema capitalista toda la producción está basada en el trabajo, no en el crédito. Sin trabajo una sociedad en conjunto no produce nada por más que reciba créditos en el corto plazo. Y la fuerza humana de trabajo que recibe mayor remuneración es generalmente la más capacitada.
Me gustaría que la preocupación y el pánico generado por una crisis económica se orientará al estudio de la ciencia económica. Pero la atención en este texto está dirigida por la ideología por la cual hay generaciones perdidas y los jóvenes andan descarriados. Hace mucho daño el término de generación perdida y corresponde a una interpretación mediática y poco trascendente porque primero que todo está incompleto. De qué se perdió esa generación o a dónde se perdió? Son preguntas con respuestas de carácter sociológico cuando no ideológico, muy importantes para la filosofía pero poco práctica. Esto sucede porque las únicas soluciones que da al problema son de carácter dictatorial.
Muy buena reflexión Antonio, aunque pondría la mano en el fuego a que un tanto por ciento muy elevado de las personas ( jóvenes ) aún no pueden asimilar el porqué sus padres y en consecuencia ellos mismos han bajado su estatus social a consecuencia de la crisis. Quizás los que ya hemos pasado de los cincuenta y cinco, y vemos una falsa realidad social, económica y de trabajo se nos plantea que en esta sociedad en que vivimos, debe haber un cambio inmediato de todo aquél que ha vivido en tiempo de crisis como un Rey a nuestra cuesta.
Suerte que sí que existe una generación, aún no perdida, que es la que puede cambiarlo todo.
Mientras, seguiremos lamentándonos del pasado, sin pensar en el presente y, menos en el futuro.
Joaquim Motjer
Lamentablemente, Joaquim, no sé si existe todavía esa generación que pueda cambiarlo todo. De hecho, cuando yo escribí esa parte del libro fue en el año 2011 y no teníamos constancia de que se estaba perdiendo la generación siguiente a la que pertenecen muchos de los que acaban de emigrar tras finalizar sus estudios. El tema es bastante más grave de lo que parece y de lo que nos quieren hacer ver nuestros ‘queridos’ líderes. La mayor parte de los jóvenes que soportan Podemos y otras aventuras políticas (y para mí, los experimentos sólo con gaseosa), son bases con poca consistencia analítica y formativa. Los mejores o ya trabajan o se marcharon muchos.
Y sí, te doy la razón en la no asimilación o el desconocimiento de su ubicación social. De hecho no se han enterado de nada. Entre otras cosas porque la culpa es de todo el mundo menos de ellos mismos: empresarios, gobernantes, corruptos (que haberlos haylos y muchos pero no tantos como nos parece), jefes, crisis, conservadores, progresistas, el ejército, la monarquía, la sociedad, el mundo mundial…
Y también te doy la razón en que ha de haber un cambio radical en nuestra sociedad, en nuestras organizaciones, en nuestros estamentos públicos pero, sobre todo, en nuestra cultura hispana. Nada hay que llegue al éxito sin pasar primero por el esfuerzo y los españoles se creyeron lo de la ‘sociedad del bienestar’, en que lo que debía de ser eran 35 horas de trabajo a la semana, en la conciliación familia-trabajo, en cobrar mucho y rendir lo justo para poder trabajar para vivir y no vivir para trabajar. Todos quisieron dos casas, una para vivir y otra para el verano y fines de semana; los hubieron que compraron hasta tres inmuebles y con la renta que le sacaban a dos, pagaban las hipotecas de los tres ¿Mentira?, No, cierto y lo viví como Delegado en la Caixa y por más que les insistías, el tonto eras tú que no sabías. Ahora llegan las lágrimas de las hipotecas y desahucios; de los avales de los padres para negocios imposibles, pero tu tampoco sabías nada, ‘pobre ignorante ese Delegado’.
Hoy, a través del programa VilaEmprén que iniciamos en Martorell en 2012, hemos podido comprobar como muchos de los comercios abiertos, con todo tipo de ayudas y alquileres realmente bajos, han ido cerrando. Pero cuando les decías, éste negocio tienes que orientarlo así o de esta otra manera, la respuesta era: «nosotros ya lo hemos estudiado y yo quiero poner el negocio de esta manera». Vamos, lo que venía siendo un «Tu dame las ventajas y ofertas y no te metas en mis asuntos». No, amigo Joaquim, la cultura de los hijos de este país (llámale Catalunya, llámale España, llámale lo que quieras) es la de «Yo se más que nadie», ausencia total y absoluta de humildad, desconocimiento e inexperiencia completa de la economía y las leyes, prepotencia y soberbia, envidia y ganas de figurar, ganas de crecer, ganas de comprarse el mejor coche, la mejor vivienda, la mejor TV de plasma 4K y tener la mujer más espectacular a mi lado. La España cañí de las Pantojas y de los Julianes, del pelotazo y del rápido enriquecimiento.
O cambiamos todo eso o este país, ni siquiera el nuestro, levantarán cabeza.
Cuanto me gustaría tenerte a mi lado para guiarme y ayudarme a conseguir mi sueño.
Nuestros pensamientos son muy semblantes, será la edad ?
Tus comentarios me ayudan a reflexionar y es verdad que este país se va a la mierda en un » tris tras» ya que la corrupción que mantiene a todos nuestros gobernantes, no puede seguir y según las encuestas, los que nos vendrán no serán capaces de levantar este país ni les dejarán los salientes y si hablamos de nuestro país, Catalunya, estamos viendo que, no son capaces llegar a una unidad social única sin antes pasar por saber quién se cuelga la medalla del independentismo.
Mientras, solo pienso en hacer realidad mi sueño para este 2015, crear mi propio negocio. Dime egoista !!!
Joaquim