En el mundo empresarial estamos rodeados de personas que ejercen responsabilidades desde el más absoluto de los desconocimientos para desarrollar su función. Existe lo que se conoce como el Principio de Peter, formulado en su día por Laurence Peter [1], en 1969, mediante un libro breve y escueto de imprescindible lectura para cualquier aspirante a gerenciar una compañía, un departamento o un grupo. Su formulación es bien simple y fácilmente comprobable:
En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia.
Así de sencillo y entendible. El hecho de que una persona esté desempeñando sus funciones, con o sin responsabilidad encomendada, no le habilita para aspirar a alcanzar un nivel superior dentro de la organización. El caso es que, por ignorancia de este principio, la tendencia natural de los departamentos de Recursos Humanos se inclina a promocionar individuos de la propia organización a cargos para los que no están preparados y, al final, nos acabamos encontrando con despachos ocupados por excelentes profesionales en su día que no fueron capaces, o no pudieron, negarse a ascender un puesto en el escalafón y ahora se han convertido en embudos que colapsan el desarrollo de su empresa.
Ortega y Gasset [2] ya lo hacía notar, muchos años antes que Laurence Peter cuando dijo que:
Todos los empleados públicos deberían descender a su grado inmediato inferior, porque han sido ascendidos hasta volverse incompetentes.
Y eso, en un momento en que las grandes multinacionales todavía no existían y el sistema público se había tornado tan ineficaz, directamente en relación con su tamaño, como lo es en nuestros tiempos.
El resumen que nos mostraba Peter era que “El trabajo es realizado por aquellos empleados que no han alcanzado todavía su nivel de incompetencia”. ¿De qué manera entonces deberíamos actuar para que esto no ocurriera? Solamente hay una y San Benito la tenía clara. La formación espiritual, intelectual y manual son la única alternativa para que el ser humano evolucione de manera que le permita seguir ascendiendo cada uno de los escalones que le llevarán a alcanzar su mayor perfección como individuo (hombre o mujer), como profesional y como ser humano. De ahí la importancia de la Escuela que él propugnaba. Repito, formación espiritual, intelectual y manual. A considerar como muy importante la necesidad de no anquilosarnos dentro de las organizaciones para acabar enquistándonos más de lo debido cuando no se dan alguna o, preferiblemente, las tres capacitaciones que describió.
El Principio de Peter conlleva implícitamente la necesidad de que cuando alguien ya ha dado lo mejor de sí mismo, sobre todo en lo que a posiciones de responsabilidad se refiere, debería haber formado a alguien más joven y menos experto para que asuma su responsabilidad en el momento de dejarlo. Es muy duro aceptar, aunque sea inherente al propio cargo y no forme parte de la letra pequeña del contrato laboral, que cualquiera de nosotros debería saber marcharse a tiempo de una organización, dejando resuelto el problema de la continuidad, si no ha sido capaz de mejorar sus prestaciones a través de la debida capacitación que apuntábamos anteriormente.
Cuando un experto, un responsable o alguien que se contrate por su aportación de conocimiento a la organización, llega a ésta, lo hace con un bagaje de conocimientos y experiencias sensacional y del que el propio organismo contratante se encuentra falto en esos momentos. Pasados entre tres y cinco años, es más que probable que haya aportado todo lo que puede poner a disposición de la empresa. Si se mantiene en el puesto y no se preocupa de formarse, van a suceder tres cosas concurrentes: la primera, que sólo estará aportando experiencia pero no más conocimiento, porque ya lo hizo a lo largo del tiempo que lleva en la misma y no lo incrementó; segunda, él mismo, no va a enriquecerse personalmente porque la empresa no le va a poder aportar más de lo que ya sabe, salvo que no aproveche para formarse en alguna escuela de negocios por su cuenta y riesgo; y tercera, las personas, los equipos y los dirigentes necesitan cambios que supongan nuevos retos continuamente, porque el mercado nos obliga a ello y la persistencia en un lugar estratégico lleva al conformismo y a la adecuación de la persona al medio, sin mayores retos ni intereses personales y/o profesionales que le motiven.
Para que se pueda dar este relevo, cualquier responsable debiera ser consciente de la necesidad que conlleva su cargo y mantener preparado a alguien para que le sustituya llegado el momento. De la misma manera que cualquier directivo, responsable o empleado, también debe de ser consciente de que la inhibición frente al derecho a la capacitación, acarrea consecuencias inevitables e inherentes a la posición que ocupa: la pérdida de idoneidad para la función desarrollada y la falta de competitividad profesional que le irá aproximando a la puerta de la calle.
Desgraciadamente, en muchos países, la fuerza de los sindicatos compensa esta situación, alimentándose de la falta de escrúpulos de otros tantos empresarios carentes de valores, y acaba convirtiendo las empresas en cementerios de elefantes que hacen muy pesada la carga social y deja fuera del mercado global a los sectores productivos de los citados países.
De ahí la importancia del pensamiento benedictino, entendiendo por formación espiritual, en el caso moderno de nuestras organizaciones, el reconocimiento de los valores personales y grupales; la formación intelectual, aquella que engloba cualquier conocimiento relativo a nuestras funciones, a nuestras habilidades o a cualquier materia que se corresponda con el sector en el que nos encontramos; y la formación manual, la habilidad de saber utilizar todo aquello que nos rodea en nuestro ambiente profesional cotidiano, ya basta de utilizar la edad como excusa para no saber utilizar los ordenadores, tener que recurrir a terceros para que nos monten una hoja de cálculo o dirigir una imprenta desconociendo la problemática que suscitan las máquinas de impresión Offset, por ejemplo, porque jamás nos hemos preocupado de ello.
Todo eso, también es hacer Escuela.
[1] Pedagogo canadiense más conocido por haber elaborado su teoría sobre la promoción y la responsabilidad de las personas dentro de una organización hasta alcanzar su nivel de incompetencia máximo, bajo el título El principio de Peter (1919-1990).
[2] Filósofo, periodista, político y ensayista español muy inclinado a la utilización de las metáforas y frases ingeniosas en sus escritos (1883–1955).
Real como la vida misma. Rodearte de los mejores y expulsar a los mediocres, esa es la garantía del éxito…el barco no se hunde nunca…los líderes siempre se acaban dando cuenta de que rodearse de «palmeros» solo aumenta su ego personal, pero no sus beneficios. En modelos de éxito no siempre la distancia más corta es la línea recta…pero el criterio y la razón hacen que después de unas curvas las cosas se acaban enderezando.
Y por supuesto…la experiencia, la profesionalidad, la motivación, la satisfacción personal y que no se pierda nunca la ilusión.
Saludos
Excelente reflexion y realidad
contrastada a lo largo de mucho tiempo de experiencia y vida laboral.
Buenísimo artículo, felicidades! Ahora lanzo una actitud muy común en las empresas….. los encargados de un determinado departamento, por decir algo, no suelen querer que personas que pudieran estar a su cargo, y que son capaces como mínimo de hacerlo igual que ellos, asciendan. Mucho menos prepararlos para sustituirlos en un futuro.
La política de éstas personas suele ser…. «Promocionar, si están obligados, al más incompetente (pero que no se note de entrada), y si es dependiente del mismo mejor».
Qué suelen conseguir? O mejor, cuál es su propósito? Dar a entender que son imprescindibles, que sin ellos el barco se hunde, y así conservar el puesto.
Lamentable pero por desgracia es una actitud frecuente y mucho más cómoda que formarse.
Saludos.