Esta es una máxima que jamás deberíamos olvidar, en cualquiera de los órdenes de la vida, menos para el movimiento Me Too y que no es para tomárselo a broma y yo me lo tomo muy en serio, desde luego.
El NO, siempre nos abre puertas de esperanza
Aunque a algunos les pueda sonar a portazo. Desde luego, los más tímidos -y yo me lo considero y mucho- tienen bastantes problemas con este vocablo. Desde cuando empezabas a acudir a una discoteca, invitabas a una chica, que esperaba de pie, a bailar y te respondía que no. Creo recordar que no sólo era frustrante sino que, además, te hacía mirar de reojo a ambos lados para comprobar que nadie se había enterado de las calabazas.
Pero no todos hemos sido iguales. Mi hijo mayor, Edgar, también acudía a las discotecas con la misma intención de ligar que cualquier otro joven. Una vez, le acompañó mi cuñado, sólo un poco mayor que él. Unos días más tarde, mi cuñado, nos comentaba que era un crack. Decía: «Edgar, se sienta en la barra, pide una bebida y se pone a hablar con la de la derecha; cuando le dice que no, gracias, sin pestañear gira el taburete y se pone a hablar con la de la izquierda; ni se inmuta y vuelve a empezar». Hoy en día, Edgar es uno de los mejores comerciales que he conocido en mi vida. El NO, nunca le había intimidado ni avergonzado, sólo era el principio de una negociación del sábado por la noche que luego supo aplicar a su profesión.
Todavía hoy, cuando me hace cualquier consulta y le recuerdo que cobro por mis respuestas, hace caso omiso a mis insinuaciones y sigue a lo suyo hasta que consigue escuchar la respuesta que necesita. Es un gran negociador, sin duda y los resultados le avalan. Para él, negociar es sólo un juego.